1985 es el año en que el director Robert Zemeckis predijo que en un futuro no muy lejano, ahora ya pasado, circularíamos con coches voladores. Aunque para descubrirlo, nos obligó a viajar a bordo del primer DeLorean DMC tuneado de la historia, a modo de Time-machine, y vivir toda una serie de aventuras relativistas temporales de múltiples dimensiones. Creando una de las trilogías más memorables de la historia del cine que marcaron a varias generaciones.
1955 es el año en que Michael J. Fox, Marty Mcfly en la película, se encuentra con sus padres antes de que estos se enamoren y nos propone una paradoja temporal muy curiosa, ¿quién no desearía viajar en el tiempo y descubrir realmente cómo se conocieron sus progenitores? Llámenme “gallina” si quieren, pero a mi desde luego no, y mucho menos viendo la cantidad de situaciones hilarantes a las que debe enfrentarse J. Fox durante toda la saga, para solucionar uno tras otro los desajustes provocados por sus continuos viajes en el tiempo hacia delante y atrás.
2015 es ilusorio. El Delorean vuela rodeado de multitud de modelos futuristas y luces de neón, mientras se demuestra que, si no eres un científico con pelos de loco y fan de Julio Verne, el único atractivo para viajar al futuro es robar un almanaque, regresar al presente y convertirte en millonario. Un principio, nada honrado pero ciertamente muy humano, utilizado muy vilmente por el inolvidable villano, Biff Tannen, interpretado por el “pop actor” Tom Wilson. Además, con la segunda entrega de la serie, Zemeckis puso de manifiesto que el cine de los 80 vivía una época dorada, donde las segundas partes mejoraban con creces sus antecesoras con secuelas poliédricas, oscuras y, lo más importante, sin finales made in Hollywood. Indiana Jones y el templo maldito (Steven Spielberg, 1984) así como el Imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980) son claros ejemplos de esta premisa.
1885, si obviamos el homenaje al Far West, el triunfo del amor por encima de todo, y algunas repeticiones redundantes de la última entrega, para centrarnos en el desenlace final de la historia, nos permitiremos gozar de una de las secuencias cinematográficas de acción más increíbles y dignas del cine ochentero. Un DeLorean, sin neumáticos, empujado por una locomotora a vapor de finales del s. XIX, y la ayuda de un monopatín volador, conseguirá alcanzar las 88 mph que le permiten atravesar el umbral del tiempo para cruzar un puente ferroviario todavía por construir. Y es que es muy importante pensar en cuatro dimensiones, aunque a día de hoy pensar sólo en una sea casi una proeza.
Se agradece que para seguir la complicada trama relativista de la trilogía no sea necesario conocer ninguno de los postulados de la teoría de la relatividad de Einstein, y este aparezca únicamente encarnado de forma muy original en el perro del Dr. Emmett “Doc” Brown, sin duda uno de los personajes más destacados del polifacético actor Christopher Lloyd.
Todavía hoy no se ha cumplido la predicción principal de Zemeckis, pero al ritmo acelerado de la sociedad actual y con la cantidad de flujo informativo nuevo que recibimos cada día, solo nos queda decir: To be continued…
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